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  • Criptografía y democracia en la era digital [15-10-01]  


    La intimidad es un derecho constitucional del individuo (art. 18, apartados 3 y 4), que como consecuencia de la progresiva implantación de los sistemas de telecomunicación electrónicos, resulta crecientemente amenazada. Todos los internautas poseen e intercambian información confidencial que desean permanezca como tal. Desde los números de tarjeta de crédito utilizados en las transacciones comerciales, hasta los mensajes enviados a un amigo que no se quiere sean leídos por nadie más. Cada individuo cuenta con sus propias razones para desear conservar en privado la información almacenada en su ordenador.

    Ahora bien, ¿de qué herramientas puede valerse el internauta para proteger sus datos de ojos indiscretos? Precisamente, la criptografía viene en ayuda del internauta y del ciudadano en general para ofrecer los mecanismos de protección de la información necesarios. La criptografía se presenta así como esa delgada barrera que vela por la conservación de la privacidad en las comunicaciones, sean éstas para transmitir datos bancarios o simplemente felicitaciones a la abuela por su cumpleaños. En la nueva Sociedad de la Información, no puede entenderse una democracia sin garantía de privacidad.

    Sin embargo, esta lógica aspiración de los ciudadanos a comunicarse libremente con quien quieran sin que nadie interponga sus hocicos husmeadores, parece chocar de frente con los planes de seguridad nacional de los Estados, que contemplan la criptografía más como amenaza terrible en manos de terroristas y narcotraficantes que como instrumento garante de la intimidad de los ciudadanos. Surge aquí una situación en la que entran en conflicto los intereses del ciudadano y del Estado.

    Un guante sirve para proteger las manos del frío o de arañazos cuando
    se trabaja en el jardín o para proteger a un paciente de gérmenes y
    bacterias cuando se le está operando. Existen guantes de todas las
    formas, materiales y tamaños. Pero todos poseen un rasgo en común:
    proteger las manos. Precisamente esta característica impulsa a los
    ladrones y criminales a ponérselos cuando realizan sus fechorías, con
    el fin de no dejar sus huellas dactilares como evidencia. ¿Y si el
    Estado decidiera prohibir los guantes por temor a que un criminal los
    utilice? Cualquier persona con un guante en su poder sería
    encarcelado. Si la aprobación de esta medida se antojase inaceptable
    a la opinión pública, imagine entonces que en su lugar, en vez de
    prohibir los guantes, se obligase a pegar en todos ellos una copia de
    plástico de la huella dactilar del propietario. De esa forma, si un
    individuo los utilizara al perpetrar sus crímenes, estaría dejando
    sus huellas.

    Así presenta Ron Rivest, uno de los criptógrafos más sobresalientes
    de nuestros días, el dilema que agita la conciencia de muchos
    gobiernos, especialmente tras el terrible atentado del pasado 11 de
    septiembre. Se ha reabierto la polémica de si prohibir por completo
    la criptografía, cuya misión es proteger la información, o recurrir a
    mecanismos tan estúpidos como el equivalente a imprimir huellas
    dactilares sobre los guantes.

    ¿Es el cifrado de la información un bien para los ciudadanos, en la
    medida en que les proporciona privacidad en sus comunicaciones
    digitales, o una amenaza para la sociedad, al permitir también a
    terroristas y mafiosos comunicarse en secreto y burlar las líneas
    pinchadas por la policía? La libertad de cifrar facilitaría que
    todos, incluidos los criminales, enviasen correos seguros y
    utilizasen Internet de forma confidencial. Prohibir o restringir el
    uso de la criptografía impediría, en principio, que los criminales
    burlasen las escuchas policiales, pero también permitiría que la
    policía, y en realidad cualquiera, espiase las comunicaciones de los
    ciudadanos.

    Mientras una facción aboga por la libertad de cifrado y otra, por las
    restricciones criptográficas, un tercer grupo propone soluciones de
    compromiso, como el almacenamiento centralizado de una copia de las
    claves de los usuarios. ¿Se imagina al Ministerio de Interior
    guardando una copia de la llave de su casa? ¿Qué ocurre si alguien
    roba esas llaves? ¿O si un empleado corrupto las copia a su vez y las
    vende al mejor postor?

    Evidentemente, los criminales seguirán haciendo uso de la
    criptografía, pero sin entregar las claves al Gobierno, mientras que
    el ciudadano de a pie, pobre de él, las depositará sin rechistar,
    exponiendo su privacidad a todo tipo de ataques. Mientras los
    políticos polemizan, no dude en utilizar la criptografía. Quién sabe.
    Mañana puede ser un criminal por llevar un guante en la mano.

    Opina sobre este tema. Envía tus comentarios a
    criptonomicon@iec.csic.es.

    Información adicional:
    http://www.hispasec.com/unaaldia.asp?id=1080


    Gonzalo Álvarez Marañón
    criptonomicon@iec.csic.es





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